Las preguntas duran un tiempo determinado, siempre. Después dejamos
de pensar en ellas en cuanto ocupamos con otra pregunta el hueco que dejamos
vacío, siempre.
Últimamente había estado pensando que se merecía mucho más
de lo que tenía. Y no se refería precisamente a sus bolsos de marca, o sus
zapatos de diseño. Tampoco al carmín caro de sus labios.
Creía que era valiente para decirlo. Generalmente nos
creemos fuertes y heroicos para enfrentarnos a todo lo que nos produce
intranquilidad y desazón. Como en las películas de terror, esas que tanto me
gustan, en las que el asesino camina impasible con su arma ya empapada de
sangre; la chica guapa permanece dentro de la casa corriendo delante de él,
buscando de la manera más escandalizadora un objeto con el que contraatacar,
decidida a ello. ¿Y qué haríamos el resto de la humanidad en esa situación? Permanecer
aterrados en un rincón de la habitación con la sábana entre las manos, o bien,
buscar una puerta y salir pitando.
Y así vivimos. Tapando huecos falsos.
Es el miedo al dolor en cualquiera de sus vertientes, el
miedo a estar solos, a salir por la puerta trasera y perdernos por un camino
que empezó siendo nuestro y acabó en manos de un completo extraño.
Pero él no era el extraño en su camino. Más bien sus ojeras,
las arrugas en la frente, los dientes torcidos, su ceja más alta que la otra, el
cansancio y el aburrimiento. Sus cuatro paredes y su ventana,
a través de la
cual no encontraba ningún otro sendero que la llevara a la metamorfosis.
Aquella foto encima de su escritorio le hizo recordar en lo
atrevido que le resultaba cortarse el flequillo. Y al mismo tiempo olvidó la
última vez que lo hizo. Aquel tiempo en el que se sentía poderosa y fuerte con
sus tijeras en la mano. Aquel tiempo en que combinaba el color naranja con el
rosa, y las camisas de rayas con pantalones de cuadros.
Cerró los ojos por un momento a la vez que una lágrima
recorría su seca mejilla.
Qué cobarde resulta doblar esa esquina, la que te separa de
tus cuatro paredes de aquello que no controlas.
Y qué cobarde fue por su parte, también, dejar aquella nota
escrita.
Julie-