Uno, por cada etapa. Uno por cada
vez que me rompían el corazón. Uno por la tierna infancia y otro dedicado a la
adolescencia. Y como no, otro para la cruda realidad de hacerse mayor y uno y
medio más he necesitado para madurar...
Y en este presente de otoño
veraniego, a tres meses de cumplir los treinta, busco la otra mitad de ese
mundo que me haga olvidar lo infantil que resulto en muchas ocasiones, quizás
más horas de las que el día puede ofrecerme.
¿Qué me hace falta? Pues muchas
cosas. Me encantaría que alguna editorial decidiera publicar mi libro; para lo
que hace falta tener talento, pero también mucha suerte. Suerte y talento es lo
que me falta, y años. Tiempo para saber qué pasará y descifrar si todo lo que
ahora me falta para creer que el mundo que corresponde a esta etapa es mío, lo
conseguiré con los años.
¿Y qué pasa si lo consigo, pero
en ese preciso momento, estoy en otro ciclo, y por tanto, en otro mundo?
Sé que todo esto es un lío, tal
vez más de uno ya se haya perdido; pero lo que pasará cuando eso pase es que
estaré frustrada.
Así viven los que esperan. Y
puedo entenderlos. Perfectamente. Sin embargo, en el fondo no quiero encontrar
lo que me haga perder ser infantil. Tampoco saber qué ocurrirá esta tarde. Y
mucho menos creo que me haga falta más. Porque éxito es lo que eliges que pase
en tu vida todo el tiempo. Y entender que el mundo era tuyo desde el momento en
que naciste, no es fácil, lo fácil es dejarse llevar por el fracaso. Buscar y
rebuscar donde no hay nada más que tú y la esencia que te envuelve.
Nadie está para siempre, excepto
tú mismo. Las circunstancias van cambiando, todo avanza. Maduramos, cambiamos,
hacemos amigos nuevos, buscamos nuevas metas que cambian al ritmo de nuestras
posibilidades. Mudamos de piel constantemente.
P.D. te quiero.
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