La lentitud de algo resulta directamente proporcional al
peso que suponga en tu vida, es por eso que todo llega cuando debe llegar y que
todas las cicatrices no se curan de igual forma.
Esta es una de esas en la que siempre verás la marca,
acompañada de una lágrima, y un color, y un recuerdo y un por qué. La Navidad
es una de esas marcas. No me agrada la Navidad, ya sabéis otra cosa de mí; disfruto mucho de ella, y el día de Reyes me encanta; pero hay algo que me entristece de ella. No es por la sensación de vacío que en ciertos momentos supone, es que me parece
que vuelve cínicas a las personas. Tampoco me gusta la marca de un día como
hoy, porque supone ya un año que nos dejaste. Tan fría. Tan llena de tantas
palabras que nunca te atreviste a soltar. Tan llena de vida y te quedaste sin
tiempo. Qué irónico, ¿no?
Y es que hay historias que nunca, aunque se superen, se
consiguen olvidar. Porque no cabe en el descuido su grandeza, porque sería
imposible continuar sin ellas. Son marcas que nos persiguen, aunque nuestra
vida siga. Historias que se quedan con nosotros, aunque nada más quede. Historias
que, cuando dejas de estar enfadada, se consiguen perdonar.
El dos de julio de dos mil dieciséis tú y yo caminábamos
juntas hacia el altar marcadas por algo maravilloso que nos une. Caminabas
conmigo envuelta en rosas amarillas, ese color lleno de tanta felicidad, porque
cuando te fuiste, me llenaste de vida para recordarte hasta el final. Y sonreír
con esa fuerza, y hacer el payaso como tú y llevar la marca con tanto coraje
como el tuyo.
Por eso, esta historia no posee un desenlace, nosotros somos
parte de ese ciclo, de ese nudo en el estómago de seguir leyendo, escribiendo,
creando, en cada generación.
¿Y cómo no iba a llevar esa marca siempre? La tengo a mi
lado todos los días, porque ella es igualita a ti.
Hoy va por ti.
Mañana y siempre.
Julie-
Julie-
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